domingo, 6 de enero de 2008

Parte17

Una semana llevo deambulando desde que mi dueña desapareció, en su apresurada huída se olvidó de mi existencia, o quizá era tal la premura de la partida no permitió aguardar mi regreso.

Desde hace un tiempo la noto confusa, como ausente o cansada, quizá acompañe este tiempo impreciso de comienzos de otoño, cuando dicen los humanos que se acentúan las nostalgias y las tristezas, lo cierto es que una noche, después de mi paseo vespertino por las azoteas, encontré que la puerta de la terraza no mantenía franco el paño de cristal que habitualmente permitía mi retorno, las luces estaban apagadas y no logré apreciar movimiento alguno en el interior, por más que intenté con la pata abrirme camino hacia el confortable refugio no conseguí más que lastimarme. Varias veces volví durante la noche ofreciendo mi más lastimero maullido al cristal que devolvía mi desolada imagen, pegado a él me dormí esperando el auxilio que me liberase del frío y el hambre que los gatos domésticos no estamos acostumbrados a soportar, allí me sorprendió el día sin que la situación tuviese visos de cambio. Durante toda la jornada no fui capaz de encontrar nada comestible, apenas unos tallos verdes de unas macetas en una terraza que más dañaron mi estómago que entretenerlo, el continuo deambular me tenía cansado y la proximidad de la nueva noche me preocupaba un poco más de lo que hubiera deseado, por lo que decidí visitar los apartamentos colindantes en busca de amparo. Tan solo en tres de ellos pude apreciar actividad, por lo que armado con mi mejor aspecto plañidero, alternativamente y sin descanso transite sus umbrales a la espera de misericordia. Como el tiempo pasaba y apremiaba la solución cada vez me acercaba más a los cristales esperando un gesto de confianza que permitiera mi acercamiento, pero tras una hora de lamentos vi como se levanto una persona, que exclamó sin ningún género de dudas: ¡puto gato!. Como gato que lleva el diablo salí corriendo de allí, porque lo dice el refrán y porque lo creí conveniente dado el tamaño del energúmeno y por el objeto arrojadizo que en la mano llevaba. Esto me mantuvo aterrorizado y escondido un rato tras un tambor de detergente con el que tropecé en mi alocada huida, pero como otro refrán dice que cuando la necesidad aprieta ni los ..... de los muertos se respeta, volví a la carga con más prudencia y menos entusiasmo, tres apartamentos más lejos que el del cromagnón, vi un haz de luz que diluía las tinieblas, en él me planté a una distancia prudencial cambiando el registro para evitar el enojo.

Tras el cuarto quejido apareció en la cristalera un extraño personaje con un pantalón de pijama verde y una camiseta naranja en cuya pechera podía leerse "Skorbuto", el fulano abrió la puerta y yo recelando di un salto hacia atrás, entonces él se agachó y extendiendo la mano dijo: "Hola Sir-Kan", sin lugar a dudas había encontrado un amigo, presto me acerqué y empujé con mi cabeza la mano tendida que inmediatamente se convirtió en una caricia.

- ¿Te has perdido, eh?, anda entra.

Sin dar crédito por mi buena suerte entré despacito en aquella casa cálida con olor a vainilla y llena de alfombras que esperaba hacer mías en breves instantes, "Skorbuto" se sentó en el sofá y me tendió un trozo de bacón de la pizza que estaba comiendo, - ¿Tienes hambre?- yo se lo agradecí con un ¡Miau! especial y tras ese trozo vinieron otros muchos que reconfortaron mi ánimo. Terminada la cena y muerto de sed me atreví a subirme a la pequeña mesa y dar un lametón a la cerveza que "Skorbuto" había abandonado. Vi como me miraba sonriente, después me llevó a la cocina y me puso un cuenco con agua en el suelo para que bebiera, me vi en la obligación de restregarme varias veces contra sus piernas como muestras de agradecimiento y enredado en ellas me llevó hasta la puerta de la terraza, donde me dijo: " A mear", yo dude un poco por si me había confundido con un perro, pero como soy listo y entiendo idiomas opte por hacerle caso, pensando incluso ir a mearle las macetas al cromagnon, pero me pareció demasiado arriesgado por la distancia, lo hice en una de la que sobresalían unas hierbas secas, y como es preceptivo en un gato educado con la pata lo tapé de tierra, después corrí al abrigo de este nuevo hogar donde me esperaba una noche reconfortante.

El gato

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