domingo, 6 de enero de 2008

Parte 22


Ya voy. Ya voy. Tan sólo me llevo un libro para el insomnio.
Si, me olvidaba. También mis anteojos. Es que sin ellos ya no puedo sino ver unos borrones que antes eran letras (y esto me preocupa bastante, ¿con lo que me gusta leer!)
Si, ya voy, ya voy.
Pero me olvido algo, se que me olvido algo... si, ya se: el lemon pie, porque se que a Blanca le agrada.
Pero, las llaves? dónde las habré puesto?, si, aquí, en el bolsillo.
Y ahora por qué tarda tanto este maldito ascensor? cuando mas se lo necesita...
Deberé ir por la escalera. Menos mal que son sólo tres pisos. Espero no demore el autobús, aunque mejor llamo a aquél taxi.
Maite se apura a subir al taxi con la intención de llegar cuanto antes a la casa de Blanca, pero, al parecer no es su día. Un tremendo embotellamiento la espera a las pocas cuadras, y los minutos pasan. Un raro presentimiento la mantiene preocupada y en silencio durante el viaje, muy a pesar de que el conductor, amablemente, le ha hecho comentarios acerca del clima
- qué mal tiempo estamos teniendo, está como de tormenta. Seguirá así como los últimos tres días? lo mejor sería que lloviera...
Pero Maite está tan preocupada por el llamado que la intranquilizó, que no atina sino a balbucear algunos monosílabos como para no parecer descortés.
Los minutos pasan y avanzan a paso de hombre. Casi le dan ganas de bajarse para ir caminando hasta el departamento de Blanca pero no, decide seguir en el taxi pues sabe que son muchas cuadras. Y a esas horas de la noche...
Los ruidos que se escucharon vienen de afuera. Eusebio paró sus orejitas primero, luego viró rápidamente y fijó su mirada en la puerta de entrada. Blanca quedó paralizada primero, luego preguntó
-¿Maite, eres tú?-
Por toda respuesta el picaporte se movió de arriba abajo, como si alguien, desde afuera, pretendiera abrir la puerta.
-¿Maite?
El taxista ahora silbaba un tema de moda, uno de esos que pasan sin ninguna trascendencia en la radio pues a los pocos meses ya nadie recuerda ni el tema ni el grupo que lo cantaba. Pero era un tema de moda, Maite lo sabía pues lo había escuchado. Por un momento se evadió de la preocupación y pensó su música, la que la acompañaba mientras escribía y en la que siempre hallaba inspiración, como "El invierno" de Vivaldi, o la Gran Pascua rusa por Rimsky Korsakov... y así pensando se encontró con que el conductor le anunciaba que habían llegado a la dirección que ella había indicado.
Pagó y bajó apresurada, preocupada porque temía que el lemon pie, tan amorosamente preparado, se hubiera deteriorado en el viaje.
Casi corrió los escasos metros que iban desde la calle al edificio. Aprovechó que una pareja de jóvenes que salían despreocupadamente dejaran la puerta a medio cerrar, por lo que evitó perder preciosos minutos. Subió al ascensor junto a un matrimonio de ancianos que demoraron en acomodarse, y que bajaron en el primer piso con mucho cuidado de no tropezar.
Al fin el quinto piso.
Ahora sí, ya llego -pensaba- mientras bajaba del ascensor, pero la sorprendió encontrar entreabierta la puerta del departamento de Blanca. Todo estaba en silencio. Sólo la luz halógena sobre los "Nenúfares" de Monet confundía los reflejos de cristal de la vitrina que seguían soportando los mismos portarretratos de amigos abrazados.
-¿Blanca?
El silencio envolvía los lugares conocidos.
-¡Blanca!
Un temor repentino, un presagio oscuro la invadió.
En la ventana pendía un pañuelo azul. Sobre la mesa un pequeño papel cuadrícula en el que con tinta verde habían escrito unos garabatos: "ULTIMO AVISO: SI QUIERE RECUPERAR SU MASCOTA COLOQUE SOBRE LA VENTANA UN PAÑUELO AZUL".
Sobre la rinconera, un mudo testigo la miraba

Mónica Oporto

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