domingo, 6 de enero de 2008

Parte 28


“Barrio tranquilo de mi ayer,
como un triste atardecer,
a tu esquina vuelvo viejo...
Vuelvo más viejo,
la vida me ha cambiado...
en mi cabeza un poco de plata
me ha dejado.
Yo fui viajero del dolor
y en mi andar de soñador
comprendí mi mal de vida,
y cada beso lo borré con una copa,
en un juego de ilusión
repartí mi corazón.

Vuelvo vencido a la casita de mis viejos,
cada cosa es un recuerdo que se agita en mi memoria,
mis veinte abriles me llevaron lejos...
locuras juveniles, la falta de consejo.
Hay en la casa un hondo y cruel silencio huraño,
y al golpear, como un extraño,
me recibe el viejo criado...
Habré cambiado totalmente, que el anciano por la voz
tan sólo me reconoció…”

los espesos y largos minutos que separaron la entrada de Maite a la que hacía ya mucho tiempo había sido su hogar, le dieron tiempo suficiente como para tararear aquél viejo tango de Cadícamo y Cobián que, justamente llevaba el nombre de “la casita de mis viejos”. Porque así se sentía ahora, volviendo al barrio, con algunos años y canas de mas , pero eso sí, lo que no sentía era volver vencida.

Aunque sabía que algo había cambiado en ella. La partida, el exilio forzado, la distancia, el desarraigo primero y la nueva familia con que se vinculó luego en la tierra en que había permanecido estos años, sin dudas la habían modificado mucho.

“Soy la misma pero distinta” pensó, parafraseando la remanida frase que ahora sentía que le pertenecía.

Desde adentro venían los sonidos de una radio o un televisor encendido.

La casa estaba igual, las paredes que blancas alguna vez fueron, ahora se descascaraban cayendo como hojas en otoño. La pequeña puerta de calle de color celeste, desvencijada y vieja, aun se trababa al intentar abrirla.

El jardín estaba algo descuidado, las plantas con flores crecían de manera desordenada, demostrando que las semillas habían germinado conforme fueron cayendo por aquí y allá, y entre medio algunos yuyos, hierbas inútiles. Se notaba que habían regado, tal vez su madre, pensó, porque sus padres solían levantarse temprano.

Recordó a su padre sentado frente a la ventana, la cortina recogida a un lado.

Su columna maltrecha y la afección del oído lo condenaban a un sedentarismo con el que nunca se llevó bien, pero que debió aceptar, mientras la vieja corría para todas partes para atenderlo…

Golpéo a la puerta.

Transcurridos unos minutos apenas se abrió la mirilla de la puerta y alguien observó desde adentro.

Tímidamente la puerta se fue abriendo, como si quien abría no diera crédito a lo que estaba viendo. Se asomó su madre.

El reencuentro fue hondamente emotivo. Había tanto tiempo que recobrar ! Se agolpaban las preguntas, se superponían las frases.

Así pasaron la tarde, entre charla y mate, poniéndose al día de las noticias de “uno y otro lado del charco” como solían decir para referirse al océano que separaba Argentina de España; con sonrisas cada vez que Maite espetaba un “vale”, o se refería al “curro”, o simplemente utilizaba una expresión que a ellos les resultaba desconocida.

-Che, y cuánto tiempo te vas a quedar ? - le preguntó su padre.

- no se todavía, depende… - y Maite se quedó pensando.

- depende de qué ? ¿ venís con poca plata? -

- no viejo, no es eso. Depende… de las ganas que tenga –remató luego de consultar con los recuerdos de aquí y de allá.

Después desempacó, acomodó sus cosas en la habitación donde ya no había libros en los estantes ni cuadros en las paredes. Los libros habían debido ser embalados y estratégicamente enterrados en el fondo de la casa cuando las cosas se pusieron jodidas.

- nunca desenterramos los libros, tal vez ahora que estás en casa… –sugirió su madre. Maite asintió.

- si, “las venas abiertas”, ese me gustaría releerlo –contestó mientras acomodaba el pequeño portarretrato donde los amigos se apretujaron para salir en la foto. Antes de colocarlo en el estante se lo quedó mirando y recordó el momento. Si, fue aquél domingo en que habían tomado por la calle Toledo y desembocaron el Mercado del Rastro donde visitaron la feria callejera. Fue un domingo lleno de risas que terminó en un bodegón donde bebieron un poco de todo y mucho de mas.

No pudo evitar el suspiro, luego dejó la foto y los recuerdos sobre el estante.

Antes de irse a dormir se acercó su madre y le dijo:

-mañana es 24 –

- si, me acordaba-

-¿vas a ir a la marcha?-preguntó

Maite no contestó. Estaba recobrando cosas, poco a poco. Sabía que esa parte de su historia también debería incorporarla. Decidió que iría. Treinta años sobre los 18 que tenía entonces. Si, era cierto, ella era la misma, pero distinta. Y distinta era esta Argentina que la recibía, estas calles que ahora caminaba con pasos inseguros todavía hasta reconocerla y que la reconociera, hasta aceptarla y que la aceptara.

Nefertiti

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