domingo, 6 de enero de 2008

Parte 23

Una fuerte ráfaga de viento hizo sonar la persiana de la terraza y noté el sobresalto de Blanca que con más ahínco buscó el rincón del sofá como si quisiera hacerse invisible, parecía que por fin la amenazante tormenta vespertina había decidido a manifestarse. Sin perder la vista de la puerta lentamente pasaban los minutos mientras afuera arreciaba el aire que ahora era un continuo golpear de las metalizadas láminas, que entre una y otra permitían ver el continuo resplandor de los relámpagos. No tardó en llegar el primer trueno, rotundo y sonoro sobresaltó a Blanca que a la vez me sobresaltó a mi que solté un maullido de preocupación, ¿que pasaba?, en otra situación estaríamos sentados frente al ventanal con la luz apagada viendo iluminarse la noche con las descargas de los rayos, oyendo como se rompía el cielo por la mitad sobre nuestras cabezas. Algo sonó en la cerradura, se cortó la respiración por un instante para verificar los temores, no había duda, el insistente visitante volvía a intentarlo - ¿Maite, eres tu? - absurda pregunta sustentada apenas po un hilo de voz que decía de su inconveniencia. Ya no cabía duda de que fuera quien fuera estaba dispuesto a entrar, ahora la cerradura se movía con violencia mientras veía como el rostro de Blanca se volvía lívido. No podía entender como no gritaba, tomaba el teléfono o huía por la terraza.

Ese miedo paralizante de los humanos es lo que percibió el energúmeno que se plantó ante nosotros un instante después, de la forma más natural aquel hombre robusto dio unos pasos hasta nosotros y cerró su tenaza sobre la muñeca de Blanca. - Vamos preciosa, ¿no sabes leer?

Antes de que la extrañeza sustituyera al miedo en el rostro de mi dueña ya había dejado yo diez líneas rojas sobre la mano el intruso, que sorprendido y dolorido me lanzó al fondo del apartamento. Con facilidad di la vuelta en el aire y con un gruñido que no dejaba lugar a dudas de nuevo me lance el visitante que tuvo que soltar su presa para defenderse de mi ataque a su pierna, de la que no puede desprenderme con la celeridad deseada. Blanca salió corriendo y eso impidió mi descabello, ya que la "bestia parda" opto por ella ignorándome a mi, su mano logró prender su cabellera mientras la empujaba hacia fuera. - Vamos bonita, se acabó la diversión.

Desde el centro del salón lancé tres lastimeros maullidos sin saber lo que hacer, después subí de nuevo al sofá y me quedé mirando la puerta abierta.

En este estado me encontró Maite unos minutos después cuando con su cara de asombro y su paquetito en la mano se recortó en el hueco de la puerta abierta. Incrédula y asustada repetía el nombre de mi dueña sin dar crédito, se acercó a mí y mientras me acariciaba vio sobre el asiento la nota de tinta verde con la consabida amenaza, se llevaba la mano a la boca para ahogar apenas un suspiro que quería escapar, cuando Skorbuto me vino a la cabeza, de un salto abandone la estancia corriendo por el pasillo hasta llegar hasta la puerta de Sergio, donde me planté aullando con fuerza hasta que vi aparecer su figura. - Pronto vuelves, ¿me echas de menos?

Mis maullidos se hicieron mas intensos reclamando su interés e intentando hacerle ver la gravedad de la situación. - ¿Ocurre algo?

Agachándose me tomo en los brazos y con presteza recorrimos los metros que separaban ambos apartamentos, desde la puerta se contemplaba la imagen de Maite, metro y medio de temblorosa piel morena que tras unas gafas trasparentes trataba de entender el papel que tenía en sus manos. - ¿Quien es usted? - dijo extrañada de verme en su brazos mientras daba un paso atrás. Sin saber lo que pasaba, de la garganta de Sergio salieron palabras tranquilizadoras que fueron reconfortando a la joven que extendía su mano mostrando la nota sin poder articular palabra. El la tomo y sin soltarla leyó el papel, después se detuvo un momento donde se forma esa curva entre los dedos índice y pulgar y dejó una breve caricia con las yemas de los suyos. Luego el teléfono, la policía, las preguntas y el "acompáñenme", que me sumió en la más profunda soledad y desasosiego. Maullando recorrí la casa durante un rato hasta que pude tranquilizarme un poco, después volví a la rinconera a esperar acontecimientos, sobre el asiento un paquetito que Maite traía en la mano, y que como comprenderán inmediatamente me puse a abrir para no poner en entredicho la fama de curiosos que tenemos los gatos. Mancillado el envoltorio encontré el tesoro, un delicioso pastel de limón con aire porteño que poco a poco fui mermando a lametones hasta que del "lemon pie" solo quedó la base. Y ahora me dormiré un poco, el pastel, la lluvia y el viento intentando arrancar las persianas han dejado maltrechas mis energías y necesito urgente reparación. Tal vez nos veamos mañana.

El gato.

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