domingo, 6 de enero de 2008

Parte 25

Durante las dos últimas semanas no había perdido ni un minuto de vista a Gastón Nenois "El Negro", supuesto secuestrador de Blanca, y Alonso empezaba a ponerse nervioso.

No era buen síntoma no recibir ni una sola noticia de la muchacha, como si los bandidos hubieran dado por finalizado el asunto. El Proyecto del Satélite seguía sin dirección y a pesar de los esfuerzos por intuir quien sería el sustituto nadie parecía tener muy claro como salir de aquella situación de provisionalidad. Un asunto complejo que en el que estaban afectados siete países y comprometidos fondos de diferentes organismos internacionales, por lo que el policía no se atrevía a tirar de ningún hilo con decisión.

El frío no acaba de atenuarse y la cabeza del inspector parecía al borde del agotamiento. Metió la mano en el bolsillo y envolvió la cachimba como tantas veces hacía, la caricia trajo por un momento el recuerdo de su padre auxiliador, "cuando te quedes bloqueado vuelve al principio". Extraña relación perpetua que tantas veces le sacaba la sonrisa en silencio y le nublaba los ojos.

Giró el auto y buscó la dirección del apartamento de la chica donde dejó el ascensor dos plantas más abajo de la suya, los testigos de presencia iban iluminando las zonas invadidas que a paso lento y sagaz mirada intentaban encontrar indicios, nuevos o añejos, pero ninguna evidencia lo delataba.
Antes de meter en la cerradura la llave que conservaba en su llavero caminó completamente el pasillo, oyendo al pasar frente al apartamento de Sergio el maullido del gato que seguramente lo había reconocido.

Una vez dentro repasó metódicamente las pequeñas trampas por si se había producido visita alguna, todo estaba inmaculado, nada daba la sensación de haber cambiado en el orden establecido salvo la delgada película de polvo que empezaba a acumularse sobre las superficies de los muebles.

Entró brevemente en la habitación para volver al salón, de pié en el centro giraba sobre si mismo posando la mirada donde decenas de veces lo había hecho antes, la misma monotonía le devolvían tan familiares objetos. No quiso mover de nuevo los cuadros ni las cortinas, pero si metió las manos en los pliegues del sofá y otra vez ojeó las revistas del revistero, dos científicas, una de actualidad y otra de historia que nada nuevo aportaron. Sobre la esquina del mueble inferior de las vitrinas los tres últimos libros leídos (posiblemente), unos poemas de Mario Benedetti, "Nadie escucha" de Julio Llamazares, y el último éxito veraniego de Carlos Ruiz Zafón "La sombra del viento".

Uno a uno los ojeó como ya lo había hecho en otras ocasiones y cuando estaba a punto de depositarlos otra vez en su sitio algo le llamó la atención, tiró del marcapáginas del libro de Zafón y el garabato a lápiz que apenas se vislumbraba le dio un nombre y un teléfono: "Álvaro 637 454 987", con el libro en la mano fue al teléfono y comprobó que en su memoria había dos llamadas recibidas anteriores a las tres que Sergio había dejado en el contestador.

Como buen sabueso anotó el nombre y el número en la tapa interior de una caja de cerillas del club nocturno "Macao" que guardó en el bolsillo de su gabardina, sonrió acariciando la cachimba y desde la puerta echó un último vistazo para comprobar que todo estaba en su sitio.

El gato.


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