domingo, 6 de enero de 2008

Parte 31

Ese viernes llegó a la Plaza.

Había tenido que esperar el tren unos cuarenta minutos porque ese día cumplían horario de días feriados. El tren no iba muy lleno, así que consiguió un asiento del lado de la ventanilla y se puso a mirar.

Pasaban las estaciones: Adrogué, Temperley, Lomas de Zamora, Banfield, Remedios de Escalada, Lanús, Gerli, Avellaneda, Hipólito Yrigoyen… por momentos era el paisaje conocido, poco había cambiado.

Pero en la zona fabril de Avellaneda muy poco quedaba en pie de aquél lugar pujante donde ahora las fábricas languidecían cerradas y los edificios eran sólo arruinados y sucios esqueletos donde antes rugían motores de máquinas que manejaban tantos obreros. ¿Qué plagas habían asolado Argentina?

La “segunda” década infame del menemato había profundizado la aplicación de políticas económicas neoliberales, de las que había dado cuenta el ministro de economía de la dictadura, “el orejón” Martínez de Hoz, con sus promesas de grandes beneficios… sólo para los empresarios. La apertura económica había dado lugar a mayor entrada de productos importados. La industria nacional, primero en declive, luego se fue muriendo. Las empresas de capital nacional pasaron, una a una, a manos de megaempresas transnacionales y, al igual que los servicios públicos, pasaron a servir la codicia del capital foráneo.

Y esas ruinas testimoniaban lo que alguna vez fue, o quiso ser, el país que había quedado sepultado por el imperio de la avaricia externa y el cipayismo interno.

El tren llegó a Constitución, Maite bajó y caminó hacia el subte. El hall central de la terminal de trenes había sido modernizado, ahora las escaleras laterales ya no estaban aunque sí, en su lugar, una escalera central; una oficina de informes enfrentada a las boleterías, y ya no había bares oscuros y sucios que albergaran trampas y decadencias. Pero era la misma composición social de los que deambulaban antes y ahora aunque que se notaba un profundo deterioro social; muchos niños con caritas sucias pidiendo monedas, viejos cargados de bolsas con sus pertenencias buscando dónde pasar la noche, prostitutas, cafishios, laburantes de piel curtida con su bolsito al hombro y su bicicleta, con sus pieles del color de la tierra…

Bajó al subte y el calor y el encierro la sofocaron. Menos mal que el viaje fue corto.

Cuando salió en la boca de la línea A en la punta de vía “Plaza de Mayo”, sobre Hipólito Yrigoyen, ya el tiempo había pasado de presagiar lluvia a una garúa muy molesta. Todavía estaban llegando las columnas, así que dejó pasar a una que venía con las banderas que exigían que no se tapara el Pozo de Banfield, y otra del Partido Socialista.

Marchó detrás de una columna, se mezcló con la gente. Mentalmente iba pensando en la frase de Octavio Paz que una vez el Chamaco le había escrito en la primera página de un libro de Mario Benedetti que le había regalado para un cumpleaños (… cómo se llamaba ? ... sí, Letras de Emergencia):

“ Para que pueda ser he de ser otro,

s alir de mí, buscarme entre los otros,

los otros que no son si yo no existo,

los otros que me dan plena existencia ”.

Siempre le había llegado esa frase como que, de hecho, el negro la ponía en práctica en cuanta oportunidad podía. Era una declaración de humanidad; era una frase de consagración al prójimo.

Así él había vivido, y así había ofrendado su vida.

Maite marchaba, pensaba, recordaba, volvía al pasado en medio de ese presente en la Plaza, se le mezclaban los recuerdos y las caras de entonces con las que había dejado en algún rincón de su memoria y ahora afloraban intensas y le proporcionaban dolor.

Aquellas otras marchas, aquellas otras banderas y otras consignas que se cantaban: “Perón, Evita, la patria socialista…”, “ya van a ver, ya van a ver, el hospital de niños el sheraton hotel…” "¡Se van, se van, y nunca volverán!", "¡Ni votos ni botas, fusiles y pelotas!" "¡Pinochet, Pinochet, buscamo ' una cabeza y pensamos en usted! " "¡Hermano chileno no bajes la bandera, que aquí estamos dispuesto a cruzar la cordillera!". "¡Atención, atención: toda la cordillera va a servir de paredón! " , ¡Peronistas de derecha, peronistas de izquierda, lo que no son peronistas que se vayan a la mierda!, "¡A la lata, al latero, las casas peronistas son fortines montoneros!"… "¡Si Evita/ viviera/ sería montonera!"… que cantaron aquellos compañeros que hoy no estaban.

Por eso se marchaba: por los que habían comenzado a abrir caminos y conciencias, alertando contra un sistema que devoraría todo, y que fueron ellos mismos los primeros en ser devorados; esos que pasaron a esa condición ambigua de desaparecido, que no es afirmar que estén muertos aunque se sepa que no están en ningún lado. Aunque muchos que no se animaron a decirlo por el terror que sembró la dictadura, y habían visto tirar los cuerpos al Río desde los aviones. Mientras que otros tuvieron los cojones para decirlo.

Y se marchaba por esos que hoy, desde una foto, miraban desde sus 18, sus 20 quizá, o sus-los-años-que-fueran y aue alguna noche, o tarde, o mañana, quién sabe, habían sido “chupados” por los grupos de tareas, y que luego de secuestrados fueron a parar a distintos destinos, centros clandestinos de detención, como el Pozo de Banfield, el Vesubio , La Cacha, el Olimpo, el Banco, el Atlético, la ESMA y tantos mas, donde se los torturó hasta lo indecible, donde los torturadores gozaron con el sufrimiento de los esposados y tabicatos detenidos; donde también fueron secuestrados los niños que nacían de las mujeres apresadas, y donde se aplicó la “solución final” al mejor estilo nazi, bajo la mentira del “traslado”.

Tantas escenas volvieron a su mente en un segundo que sacudió la cabeza como queriendo desprenderse de ellas, pero era imposible. Los recuerdos se hallaban instalados y no se iban, y ella sabía que no era agradable, que ese dolor la acompañaría por siempre, pero que era necesario recordar porque la memoria la hacía crecer, la memoria la reconstruía en su identidad que ahora recobraba, como recobraba sus años vividos en el suelo sobre el que ahora marchaba.

Le vino a la memoria ese día en que el Chama le había pedido que participara en la volanteada que se iba a realizar en el tren, donde sólo tendría que estar presente como un pasajero mas, y él (ellos) coparían el coche para volantear y hablar a los pasajeros sobre los objetivos que perseguían para así difundir entre la gente sus ideas. Ella sólo tendría que pararse y hablar en el caso de que algún pasajero se exaltara. Pero no hizo falta, todo salió dentro de la normalidad de un viaje y los volantes fueron entregados a los pasajeros que no opusieron resistencia alguna.

Entonces fue que levantó su vista y vio las caras: ahí estaban Mecha, Triana , Camilo, que se hallaban sujetando la pancarta y mirándola. Habían parado de corear las consignas para mirarla. Mecha fue la primera en correr a abrazarla, después ella se acercó a sus amigos y se produjo un abrazo colectivo que los unió por minutos. No podían soltarse.

Para que pueda ser he de ser otro… y en ese abrazo se reencontró con los otros, por los que tenía plena existencia de nuevo.

Maite regresó de su largo viaje de exilio del cuerpo y de la memoria. Se reencontró con su pasado, lo aceptó, pero no se resignó a lo pasado, a su pasado.

Simón siempre solía repetir que todos tenemos algún “muerto” dentro del ropero que algún día nos reclama –dignamente- su lugar, que alguna vez nos pasa la factura de lo que hicimos -o de lo que NO hicimos-, o nos demanda lo que dejamos pendiente.

Ahora Maite empezaba a poner orden en el suyo.

El reencuentro con sus amigos y la recuperación de su pasado coincidieron en el punto justo. Y esto le recordó que, allá, lejos, aun no había habido noticias de Blanca, y que el último mail recibido de Skorbuto dos días antes decía que no había novedades de su amiga.

En el fondo, sobre el palco, distintos cantantes se sucedían, con temas que hacían alusión a la fecha.

Se acercaba el fin de la tarde, una tarde cada vez mas fresca, y la plaza era un mar de personas que coreaban consignas.

Como estaba lejos del palco, decidió volver para su casa cuando se hicieron las seis (fue por eso que no se enteró sino hasta el día siguiente, de los problemas suscitados entre los organizadores).

Volvía de su largo viaje. Ya no estaba cansada, ahora había recobrado la luz.

Nefertiti

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