domingo, 6 de enero de 2008

Parte 32


Otro teléfono sonando incansablemente. Con gesto mecánico le dio a la tecla recuperar. El ha salido un momento si desea usted dejar algún encargo yo le atiendo o él le llama más tarde de siempre. Atendió llamadas propias y dejó que sonaran las que no eran para ella. Cinco mesas vacías detrás de finos cristales de película indicadora de pequeñísima responsabilidad superior al administrativo llano. Luis no estaba en el despacho, ni Carlota, ni Javier, ni Aurora, ni Carmen. Habían salido hacía más de media hora. Desayuno intocable, derechos incorporados al contrato de funcionario, que les creó aquel vínculo sacramental irreversible. 20 minutos de desayuno convertidos en 30, 35, 40 … bolsas con anagrama de tienda de deportes ¿Estarán regalando camisetas rebajadas en la cafetería? Charo tenía preparada la planificación de vacaciones, sabía que no sería aceptada y que de nuevo Aurora, portavoz de los explotados que pasaron a los niveles primeros del escalafón de la administración del Estado, aludiría a derechos y deberes. Hacia tiempo que havia dejado de indignarse por las extrañas conversiones matemáticas que alargaban los minutos de ocio conveniados. Podía ponerse la cara de póquer o la larga al plantarse frete a cada uno de los sacrificados subordinados para indicarles tareas que hace rato deberían de haberse terminado. Nadie advertiría ningún signo dirigido a ellos en su rostro y todos aceptarían el trabajo, ya vendrían luego las excusas por no haberlo terminado en el momento indicado.

Charo salió al pasillo para echar una hojeada a los uniformes de los otros despachos, tenía que hacerlo de vez en cuando para saber que estaba en una comisaría de policía y se encargaba del personal civil dedicado a cuestiones burocráticas. Después se dirigió al lavabo y se miró en el espejo. ¿Tenia ella pinta de sabueso? ¿Acaso su imagen reflejaba la funcionaria amorfa que dilucida normativas sin intentar analizarlas? Empalideció, pero supo que lo que veía no era un fantasma, volvió al pasillo y sin ningún papel en la mano que le sirviera de pretexto pasó frente a la puerta siempre abierta del despacho de Alonso, aunque hoy estaba entornada de lo cual dedujo que los “siempres” no existen. Tenía la pipa sobre la mesa y no dejaba de acariciarla. Intentó recordar la forma en que aquellos dedos habían recorrido su cuerpo, pero no pudo porque esto nunca sucedió. A Charo le ha tocado, en esta novela, el papel de mujer casada y hasta el momento fiel, más por costumbre que por convicción. Sólo por cuestión estadística, dicho sea de paso, ya que un repaso a los personajes nos muestra que todos ellos son solteros o divorciados. Nadie con pareja estable, ni siquiera el gato. Pero Charo es sólo un papel secundario entre los secundarios, tal vez por eso se acercó a Alonso y en un intentó de protagonismo entró a preguntarle si le funcionaba bien el aire acondicionado. Justo cómo lo imaginaba, dijo Alonso entre los dientes que sujetaban una pipa apagada. ¿El aire funcionaba justo como lo había imaginado? Extraña reacción para una persona tan cuerda y extraña también la revista que lo absorbía. “Proyecto del Satélite Europeo”

Maissa

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