domingo, 6 de enero de 2008

Parte 1

Si no hubiera mirado hacia atrás no habría pasado todo aquello, pero algún resorte de su interior, de esos que no tienen en cuenta la capacidad de tomar decisiones, funcionó por su cuenta, haciendo girar la cabeza. ¿Por qué lo hizo? En ella estaban fraguándose otros pensamientos a los que estaba regalando toda su atención, cosas que tenían que ver con la preparación de su viaje, qué necesitaría llevarse, qué tiempo haría, cómo se organizaría para llevar a cabo todas las actividades pendientes. En su mente tomaba forma la idea de sí misma en un hotel imaginario, abriendo la maleta y confrontando su ropa con el tiempo que se adivinaba al otro lado del cristal de la ventana, luego la secuencia de la reunión con personas aún desconocidas y el modo de defender el proyecto ante aquellas gentes que, seguro, le tenderían todo tipo de trampas para averiguar si realmente valdría la pena embarcarse en su propuesta.

Y, sin embargo, aún estando absolutamente ajena a su propia ubicación en aquel momento, incluso a quién era en aquel hipermercado donde pretendía hacer acopio de comida para que su gato se alimentara en esos días que ella no estaría, giró la cabeza.

Sus ojos no buscaron, fueron directamente a los ojos de él, que parecían clavados en el lugar donde se posaría más tarde su mirada. Algo en ella sabía que él estaba allí. Las miradas se encuentran siempre. Existe un imán en los ojos de alguien que mira. ¿Cómo no mirar los ojos de quien mira los tuyos? Del mismo modo que si alguien toca tu mano tú, inevitablemente, estás tocando la suya desde el instante en que eso sucede, una mirada atrae siempre a la otra. Y la decisión de hacerlo no es algo susceptible de manejar. Es, simplemente, una consecuencia.

Antes, incluso, de reconocerle, sintió el impulso de corregir su gesto, pero eso ya no era posible. Así que desvió su mirada pero ya sabía que él estaba allí y, lo más importante, sabía que él lo sabía. Así que no tuvo más remedio que volver a girar hacia él y actuar.

Pero su corazón se desbocó, la naturalidad que llevaba implícita en su cuerpo hacía tan sólo dos segundos se había quebrado. Sonrió y esperó. Parecía que estuviera esperando a que él actuara pero la realidad era que estaba dando un margen de tiempo a los latidos de su corazón para que se acompasaran con la capacidad de hablar. Notó que sus manos comenzaban a generar un sudor frío y, queriendo andar, advirtió que sus piernas no respondían. Así que se quedó clavada, fría, pegajosa, acelerada, con una sonrisa que empezaba a acartonarse. Menos mal que él parecía que estaba dispuesto a cubrir el camino que los separaba y comenzó a acercarse...

Xhentea

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