domingo, 6 de enero de 2008

Parte 27

El inspector Alonso escuchaba con atención la declaración del detenido cuando sonó el teléfono.

Del otro lado de la línea Skorbuto exponía con vehemencia, con ansiedad mal contenida, lo que Maite presurosamente al bajar del avión le había transmitido: ese recuerdo que había vuelto a su mente durante el viaje a Buenos Aires, y donde el gato, sin dudarlo el único que podría destrabar el enigma de la desaparición de Blanca, se le había aparecido en medio del casi sueño, como en una fotografía, tal como había quedado grabado en su mente la última vez que habían estado en el departamento. Fue ahí, en ese recuerdo que volvía a su memoria que se percató que el minino portaba un raro collar que nunca antes había visto.

Mientras Alonso esto escuchaba mordía nerviosamente el extremo de un lápiz.

MAITE
Deja vu. Era como repetir en la vigilia ese sueño acariciado por años, desde que desterrada por las circunstancias, debió volar a Madrid pues, si no lo hacía -dijo el breve llamado telefónico- "sos boleta".
Habían pasado 29 años de aquél día, y sólo cuando se lo permitía, volvía a pasear en su memoria por estas calles que hoy sí pisaba nuevamente (iba tarareando aquel "yo pisaré las calles nuevamente, de lo que fue Santiago, ensangrentada").

Volver a los colores, a los aromas conocidos, a un hablar que ahora resultaba difícil de volver a adquirir pero, como había dicho Facundo Cabral "No soy de aquí, ni soy de allá", y así se sentía.

Ya era mas de medio día y, lentamente, se acercaba a su casa. Nadie la esperaba pues, con el apuro, no había telefoneado. Para mas, hora de almuerzo, por lo tanto, poca gente en las calles de esa ciudad que aun continuaba siendo un pueblo grande. Inconfundibles aromas de frituras, de entremezcladas comidas, salían de las casas.

El verde se imponía en esa época del año en los paraísos y los plátanos de las calles. Esos vetustos árboles que peligrosamente aun se encontraban en pie y que con las fuertes tormentas se convertían, años ha, en descuartizados cuerpos cuyas enormes ramas caían hacia la calle.

Llegaba.

El jacarandá daba un toque celeste-turquesa que atenuaba el verde frondoso imperante.
Pensó en sus viejos, qué iban a decir, cuál sería su sorpresa!
Volvía como se había ido: buscando un refugio y escapando para salvar su vida.
En febrero de 1977, cuando Aroldo -que fue el primero en enterarse de la desaparición del "Chamaco"- comunicó gravemente la noticia, la conmoción fue grande y profundo el dolor. Recordaba aun con congoja el llanto conque recibió la noticia porque aun lo sentía igual. Luego se llevaron a Mirta, allanaron
ilegalmente la casa de los padres del Chama adonde entraron derribando la puerta a patadas y amenazando a todos con sus armas, luego vendaron los ojos de los ambos y simularon un fusilamiento, repitiendo permanentemente la pregunta "¿quién es el jefe"?.

Del Negro nunca mas se supo nada, por mas que se golpearon muchas puertas. De Mirta tampoco.
Fue ahí que debió irse buscando asilo en la casa de otros emigrados argentinos en España.
Y ahora volvía, aunque no con la frente marchita, sino con el corazón latiendo aceleradamente. Estrujaba en sus manos aquél regalo, tan caro a los a los pensamientos que compartía con Blanca: una bandera republicana que su amiga le había regalado y por la cual el abuelo de Blanca había dado la
vida.

Bajó del remís, tomó las maletas y se dirigió a la puerta de calle. Lentamente la abrió mientras miraba con atención los rosales de su madre. Parecía ayer pero era hoy. Golpeó la puerta.

Nefertiti

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